viernes, 11 de mayo de 2007

Hay lugares que recordaré toda mi vida...

Les agradecería si leyeran el siguiente cuento que traduje de la selección de textos del sitio en inglés Dimensions. Por favor, ¡participen! Déjenme un comentario. Díganme qué les pareció el relato.

Hay lugares que recordaré toda mi vida, aunque algunos han cambiado...*
Escrito por Honey
Tomado del sitio Dimensions
Original
aquí

R
ecuerdo el asiento trasero del coche de su padre, pero no puedo recordar su nombre. Recuerdo el campo de futbol de noche, aquella delirante noche, pero tampoco puedo recordar cómo se llamaba aquel otro hombre. Las caras pierden su color en mi vieja memoria. No importa, a su manera todos ellos fueron mis maestros. Ésta es la historia de uno de esos maestros.

Lo único que yo quería era ayuda para un proyecto de diseño. El teatro cumplía 25 años y los productores me habían solicitado encargarme de la gala de aniversario. Fui hacia él con dudas sobre la iluminación del escenario, su especialidad. Accedió a ayudarme, trabajamos juntos y después de algunos días dijo que me amaba.

-¿De qué estás hablando? ¿Tú me amas? Soy una mujer casada. Soy más vieja que tú. Apenas me conoces. ¡Para!

-Te amo.

-Además soy gorda.

-¿Y? Amo tu cuerpo también. Es parte de quien eres. Y no puedo parar.

Deseaba intensamente ser amada otra vez. Mi esposo había dejado de mirarme con lujuria en cuanto nuestro hijo, aún no nacido, comenzó a redondear mi cuerpo, y nunca me tocó de nuevo. Y yo sabía que él tenía razón. Gordo es sinónimo de feo. Una esposa gorda es una abominación; y evitar verla, la respuesta correcta. Pregunta: ¿gorda? Respuesta: adiós. Todavía compartíamos una casa y una hipoteca; todavía dormíamos en la misma cama king-size, en lados opuestos; todavía le enseñábamos a nuestro hijo a creer en hombres y en mujeres que no se atrevían a tocarse unos a otros. Había sido declarada culpable del pecado de ser gorda y mi castigo era vivir sola, dentro de una familia vacía.

Y entonces esto. Un hombre que deseaba mi cuerpo, que deseaba todo de mí, desde mi corazón y mi mente hasta los suaves dobleces de mi carne alrededor de mi cintura; los pechos cuyos mejores días habían quedado atrás, alimentando a un niño; las manzanas de ruborización que cosechaba en mis mejillas besando larga y lentamente mi cuello. Un hombre que lograba transformar mi desconfianza en alegría con un simple apretón sobre la piel salpicada de hoyuelos de mi muslo.

Finalizamos mi proyecto. Nuestro idilio se prolongó porque lo auxilié en un proyecto suyo. Recuerdo aquella noche cuando cenamos desnudos, encerrados en una tienda de artículos al por menor que intentábamos convertir en una casa encantada para halloween. Yo sostenía una brocha en una mano y en la otra una taza de plástico colmada de champán barato. Me sentía excitada. Necesitaba amor. Estaba enamorada. Él se rió al darse cuenta de la brocha, y dijo: "ven acá, quiero estar contigo otra vez".

No podía durar. Y no duró. Estaba descuidando mi salud. Él fumaba mucho y yo recaí en el vicio; si a eso le añadimos el miedo a ser descubierta en mi adulterio y la intensidad imprudente de nuestros placeres, era forzoso que un día me enfermara.

Decidí recuperarme en un hotel en vez de un hospital. Nada de focos deslumbrantes, nada de maridos intrusos. Servicio a la habitación y toallas frescas siempre que las deseara. Mi amante no me visitó. Se lo conté a una amiga, llorando, y me reveló que él había ido a verla para preguntarle cómo romper conmigo.

Le llamé a mi esposo; estaba lista para volver a casa, dije. Casi era navidad. Le sugerí saliéramos de viaje en un crucero. Reservó el viaje. Vomité a todo lo ancho y lo largo del Caribe. Traté de comunicarme con mi amante, de la nave a la costa, pero rehusó contestar el teléfono. Todo había terminado.

Más de cinco años han pasado. Me divorcié. Ahora tengo un nuevo amante, uno para quien es un tesoro mi espíritu y desea mi cuerpo sin saciarse jamás. Es un hombre maravilloso y lo amo profundamente.

Pero una esquina de mi corazón le pertenece al hombre que logró despertar en mí el coraje de cuestionar la ley que impide a las mujeres gordas ser amadas. Gracias a él me enamoré de mi cuerpo. Gracias a él es que puedo ofrecerle todo mi amor a un hombre que se quedará.

* Nota: E
n la frase "Respuesta: adiós", la palabra adiós estaba escrita en español en el cuento original (en inglés). El título fue tomado de una canción de los Beatles.